III. La madurez

LA ETAPA DE ZARAGOZA

Félix Aramendía alcanzó la madurez en Zaragoza. En esa ciudad conoció a la que luego sería su esposa y allí nacieron sus tres hijos. En Zaragoza ejerció la profesión médica y fue catedrático, primero de Anatomía y luego de Patología Médica. En la capital aragonesa fue miembro y Secretario de la Real Academia de Medicina; fue directivo, presidente de la Sección de Ciencias Naturales y activo conferenciante del Ateneo. En Zaragoza se puso a prueba su preparación científica y profesional, así como su temple, durante la epidemia de cólera de 1885. También en la ciudad del Ebro participó activamente en la actividad política local como diputado provincial y Vicepresidente de la Diputación Provincial.

Durante los doce años que vivió en Zaragoza la personalidad de Aramendía maduró. A su llegada a la ciudad era un joven médico veinteañero que opositaba a una plaza de profesor clínico. Cuando marchó a Madrid era un Catedrático de Clínica Médica, que se trasladaba a la Universidad Central, la cima de la carrera profesional en aquel tiempo. Cuando se incorporó a la Facultad de Zaragoza se ofrecía voluntario para cubrir las ausencias de otros compañeros de claustro haciéndose cargo de la enseñanza en otras disciplinas que no eran la suya. A Madrid viajó un catedrático curtido, que había sido Secretario de la Facultad y promovido el nuevo edificio de esa institución académica, que había publicado su primera obra y que había luchado contra una epidemia de cólera, asesorando a las autoridades en unos momentos de enorme controversia acerca de la vacuna promovida por Ferrán. Además, durante su estancia en la Facultad de Zaragoza se preparó durante años para alcanzar esa cumbre profesional que era la cátedra de Clínica Médica en San Carlos. Parte de esa preparación fue la publicación de su libro de Patología Médica, que le sirvió como mérito para ganar la cátedra de Patología Médica de Zaragoza y de Clínica Médica después.

 

En Zaragoza Aramendía se integró en la vida cultural y social de la ciudad. Participó activa y a veces apasionadamente en las discusiones del Ateneo y conoció las dificultades de la gestión pública como Secretario de la Facultad y como Vicepresidente de la Sección de Beneficencia en la Diputación Provincial, donde no siempre pudo sacar adelante sus iniciativas. Todas esas experiencias hicieron que, a pesar de su juventud, cuando ganó la cátedra de Madrid fuera una persona experimentada y en la plenitud de su vida personal y profesional.

LA PERSONALIDAD DE FÉLIX ARAMENDÍA

No sabemos mucho de la personalidad de Félix Aramendía. Falleció cuando su hija Lola iba a cumplir cuatro años, por lo que ella no pudo contar gran cosa a sus nietos sobre su manera de ser. Las únicas fuentes disponibles sobre su carácter son las notas necrológicas, que, como es natural, son muy favorables a su persona, y la información que publica Zubiri tanto en su Historia de la Real Academia de Medicina de Zaragoza1, como en su trabajo sobre los Secretarios Generales de esa Institución2, quien dice lo siguiente:

“En esta Academia dejó su paso huellas de incansable actividad que le distinguía, cumpliendo pronto y bien cuantas misiones le fueron encomendadas, llenando escrupulosamente los deberes de su cargo.

Sus enseñanzas de Patología y Clínica Médica eran verdaderamente magistrales; concebía con claridad, penetraba con hondo juicio, exponía con gran sencillez y método, en lenguaje correcto y sin ampulosidades. A la cabecera del enfermo diagnosticaba con acierto, razonaba con inflexible lógica y su terapéutica era hipocrática. Estas condiciones hacían de él que fuese uno de los miembros más ilustres del profesorado y uno de los médicos de más ciencia de la medicina contemporánea.

Su carácter afable y su sencillo trato le granjeaban el cariño de sus alumnos, que, si como maestro le respetaban, le querían como amigo.
Carácter sincero y honrado, apasionado de lo justo y de lo bueno, dispuesto siempre a reconocer y rectificar los errores propios de nuestra condición humana”.

Ratifica las últimas características que refiere Zubiri, el hecho de que en alguna ocasión sacó de apuros a un lejano pariente político de su esposa. Era éste un militar aficionado al juego que incurría en deudas, llegando incluso a perder dinero propiedad del regimiento. Cuando no pudo cumplir sus compromisos de pago, recurrió a Aramendía, quien repuso el dinero de su bolsillo, para evitar perjuicios a la familia del jugador.

Otro dato que confirma que era un hombre accesible es la publicación, con su firma, del artículo titulado “El mayor acierto”3. En este escrito, publicado en la primera página de la revista “La Clínica”, se da cuenta de la propuesta de condecoraciones a D. Genaro Casas, entonces decano de la Facultad de Medicina de Zaragoza, D. Pedro Cerrada, Catedrático de la Facultad, D. Tomás Bayod, farmacéutico, D. Nicolás Giménez, comerciante, y D. Simeón Mozota, inspector veterinario, todos ellos miembros de las Juntas Provincial y Local de Sanidad, con motivo de su actuación en la epidemia de cólera, que en 1885 se declaró en nuestro país y que en Zaragoza fue de extrema gravedad.

Aramendía, que era vocal de la Junta Municipal de Sanidad, después de informar de la noticia, muestra los reparos que había tenido al conocer que una comisión de ambas juntas iba a proponer a los individuos que, formando parte de las mismas juntas, se habían distinguido en la epidemia y merecían ser premiados. Sin embargo, muestra su satisfacción por la distinción que se hace a los colegas de la facultad y a los demás miembros de la Junta, y les dedica encendidos elogios.

Debe tenerse en cuenta que la propuesta, que firman el Gobernador Civil, el Presidente de la Diputación Provincial y el Vicepresidente de la Comisión Provincial, es para que se conceda la Gran Cruz de Isabel la Católica al Dr. Casas, una encomienda de número de Carlos III al Dr. Cerrada y a los tres restantes galardonados la Cruz de Beneficencia de 3ª clase. Es decir, la comisión decidía premiarse a sí misma por los servicios prestados durante una epidemia, lo que no era otra cosa que su
obligación, y la recompensa era proporcional no a los servicios prestados, sino al rango administrativo de cada miembro.

La reacción de Aramendía podría interpretarse como de cortesía o de adulación hacia las autoridades civiles y académicas. Sin embargo, para valorarla en su justo término hay que tener en cuenta que él sí se había distinguido en la epidemia, atendiendo enfermos pobres de la parroquia de Santa Engracia y prestando servicios de guardia, ambos de forma gratuita; acudiendo a Valencia cuando la epidemia estaba en todo su apogeo para estudiar la vacuna de Ferrán y emitir un dictamen del que informó a las autoridades, a la Academia y al Ateneo; viajando a Calatayud para aconsejar a las autoridades sobre las disposiciones que debía adoptar esa ciudad; cumpliendo con sus tareas de Secretario de la Academia; y publicando un trabajo en “La Clínica”4 sobre el tratamiento del cólera que fue reproducido en el Siglo Médico5 y en la Clínica Navarra6. Como consecuencia de todo ello se le propuso por la Diputación Provincial para la Cruz de Epidemias, sin que conste su concesión. Pues bien, lejos de ofenderse por ello, se deshace en alabanzas hacia los premiados y en elogios a la Comisión encargada de proponer las condecoraciones.

CAPACIDAD DE TRABAJO

Aunque Zubiri no cita la fuente de la información, y el no le conoció personalmente, hay datos objetivos que corroboran la imagen que transmite de Aramendía. Su actividad era incansable. Durante los años que pasó en Zaragoza, además de ocuparse de las clases en la Facultad, de la que fue Secretario y también Secretario de la Junta de Obras que controló de cerca la construcción del nuevo edificio de las Facultades de Medicina y Ciencias7, fue, como se verá más adelante, activo miembro de la Academia de Medicina, de la que fue Secretario General; directivo y conferenciante del Ateneo; miembro de las Juntas Municipal y Provincial de Sanidad; y Diputado y Vicepresidente de la Diputación Provincial.

Pero además le quedó tiempo para ejercer la profesión de médico, tanto en las Clínicas de la Facultad como en su consulta del Paseo de la Independencia, de escribir el libro de Patología Médica8, y de publicar semanalmente en la revista “La Clínica” una recensión de los principales trabajos de las revistas profesionales de la época, y una reseña de las actividades de las Academias y de las Sociedades Científicas y Culturales.

Durante los tres años que vivió en Madrid como catedrático de Clínica Médica publicó un “Curso de Clínica Médica”9, que no se ha podido encontrar, y unas “Lecciones de Clínica Médica”10, que vieron la luz póstumamente.

ORATORIA Y DEBATE

Sin ninguna duda deben resaltarse las cualidades de orador con que contaba Aramendía. Con ocasión de unos debates celebrados en el Ateneo en el año 1884 sobre un asunto tan delicado como era la reglamentación de la prostitución, se publicó la siguiente nota, sin firma, en la Clínica11:

“Bajo la presidencia del Sr. Fernández de la Vega usó de la palabra en la última sesión de la sección de Ciencias naturales, y en el tema Reglamentación de la prostitución, que aquella viene discutiendo, nuestro querido redactor y distinguido catedrático D. Félix Aramendía.

Con crédito científico muy estimable, entre cuantos conocíamos sus envidiables cualidades intelectuales, era el disertante desconocido hasta cierto punto en este Ateneo, en cuyas luchas no había intervenido hasta este día; de aquí, sin duda, la avidez con que un desusado y numeroso público asistió a juzgarle; y por cierto que si mucho de él se esperaba a fe que nadie pudo llamarse a engaño, que ampliamente el orador lo satisfizo todo; como ha demostrado el auditorio con los nutridos aplausos que diversas veces le interrumpieron su discurso y la prensa local, con

los tan halagüeños como justos juicios críticos que del hecho ha publicado. Correcta y reposada frase, claridad en el concepto, método expositivo, brío en la expresión, y sobre todo habilidad habilidosa para salvar los numerosos obstáculos inherentes a la defensa de la Reglamentación, repulsiva por sí, cuando no se mira al lado práctico, al sentimiento de lo honesto, de lo bello, de lo noble y de lo digno, son cualidades que creemos reconoció todo el que oyó al señor Aramendía y que, sirviendo para acreditar a cualquiera de hábil y distinguido ateneísta, constituyen para nuestro querido amigo la más preciosa prueba que le faltaba acreditar en su brillante carrera literaria. Sabíamos que el señor Aramendía sabe atesorar conocimientos, sabíamos que sabe enseñarlos, hoy sabemos que sabe discutirlos; y el orgullo que sentimos al poder, con justicia, estampar estas frases lo comprenden tan solo quienes saben que hace muy pocos años anunciábamos a Zaragoza en el Sr. Aramendía, casi estudiante entonces, un joven de verdadero mérito, un futuro catedrático y un pundonoroso cuanto distinguido médico. ¿Fuimos profetas? Pues ese es nuestro triunfo, y así le llamamos porque los del Sr. Aramendía resuenan en nuestro corazón más gratamente que si fueran nuestros”.

En resumen podemos considerar a Félix Aramendía como una persona dispuesta a ayudar a los demás, trabajador incansable, estudioso y buen orador, inquieto por los problemas sociales de la época y divulgador de los conocimientos científicos.

LA FAMILIA ARAMENDÍA Y PALACIO

JUANA PALACIO

Cuando Félix Aramendía llegó a Zaragoza en 1879 las jóvenes de la ciudad se mostraron muy interesadas por el médico y profesor de la Facultad de 22 años. Como era alto, “de buena planta” según la que después fue su esposa, y estaba con ganas de introducirse en la vida de una ciudad de provincias, tuvo un gran éxito social.

Se casó con Dª. Juana Palacio Martínez que era de una familia acomodada de Zaragoza, aunque provenía de Caspe. Era una mujer de gran belleza, ojos claros, menuda, muy inteligente y de gran carácter e independencia de criterio. Como ejemplo de esa firmeza de carácter la familia cuenta que se empeñó en que su nieta María Dolores estudiara en la Universidad, “porque era hija de viuda y tenía que tener un medio con el que ganarse la vida y ser independiente”. Esta actitud, que no era muy frecuente en la época, chocaba con los deseos de la niña de no estudiar y hacer vida social, pero la constancia de la abuela consiguió que la nieta cursara con gran brillantez el bachillerato. No tuvo la satisfacción de ver continuar esos progresos, porque Dª. Juana falleció el año en que su nieta terminó el bachillerato y ésta, sin la vigilancia de la abuela, abandonó los estudios. La actitud de D. Juana era algo más que infrecuente, era valiente, pues chocaba con la opinión general sobre el papel de la mujer en aquella sociedad. Contrastaba ese criterio incluso con la opinión que había mantenido su marido, quien años antes de que naciera su nieta, en un debate del Ateneo, a pesar de reclamar mayor instrucción para las mujeres, no se mostraba partidario de “hacer a la mujer médico, abogado o ingeniero”; y afirmaba “me parecen ridículos esos títulos con faldas, pero nunca será sobrado ilustrado para cumplir la altísima misión que le está reservada, llamada a convertir el templo en hogar y el altar en cuna”12.

El papel reservado a la mujer a finales del siglo XIX y comienzos del XX desde luego no fomentaba su independencia ni su igualdad respecto de los hombres. El propio Ramón y Cajal en su obra “Reglas y consejos sobre investigación científica (Los tónicos de la voluntad)”13 aconseja cómo debe ser la mujer del investigador y sus opiniones van más allá que las expresadas por Aramendía. El Premio Nobel clasifica a las mujeres en cuatro tipos; “la intelectual, la heredera rica, la artista y la hacendosa”. Descarta tanto la intelectual, porque su existencia es excepcional, como la heredera rica, por su incultura. También considera poco aconsejable a la artista porque “en cuanto goza de un talento y una cultura viriles (sic) adquiere aires de dómine, y vive en perpetua exhibición de primores y habilidades. La mujer es siempre un poco teatral, pero la literata o la artista están siempre en escena. ¡Y luego tienen gustos tan señoriles y complicados!” D. Santiago considera la única “probable y apetecible compañera de glorias y fatigas” a la “señorita hacendosa y económica, dotada de salud física y mental, adornada de optimismo y buen carácter, con instrucción bastante para comprender y alentar al esposo, con la

pasión necesaria para creer en él y soñar con la hora del triunfo, que ella disputa segurísimo. Inclinada a la dicha sencilla y enemiga de la notoriedad y exhibición, cifrará su orgullo en la salud y felicidad del esposo”. Como puede verse el papel de la mujer ideal, según Cajal, era facilitar la vida del esposo, ser hacendosa, tener buen carácter y permanecer en un discreto segundo plano.

Desde luego Dª. Juana, a quien sus familiares y amigos llamaban Juanita, no encajaba en esos esquemas y además de independencia de juicio mostraba a veces algo más que un gran carácter. En una ocasión en que su nieta María Dolores se negaba a hacerle caso en el asunto de los estudios, le dijo al Dr. Royo Villanova, quien era amigo íntimo de la familia:

– “Sabe Vd. D. Ricardo, que esta niña tiene un rey dentro del cuerpo”, haciendo referencia a la rebeldía de la nieta.
– A lo que D. Ricardo le contestó: “Pues Vd. Juanita, una dinastía entera”.

Cuando Juana Palacio enviudó, además de vestirse de negro, se sobrepuso a la desgracia y demostró que era mujer emprendedora e independiente, pues buscó un medio de vida para ella y sus hijos: Volvió a Zaragoza, donde construyó una casa en el Paseo de Sagasta número 8, empresa en la que invirtió todo su capital, incluso las joyas de la familia. Ella se instaló a vivir con sus hijos en el entresuelo y el resto de los pisos (principal, primero, segundo y tercero, cada uno con dos manos) y la buhardilla, los alquiló para poder vivir de las rentas y conseguir que sus hijos estudiaran el bachillerato y los varones fueran a la Universidad. La viuda de Aramendía, que “no miraba por otros ojos que los de su marido” según refiere una de sus nietas, no dejó nunca de vestirse de luto.

Además de con D. Ricardo Royo Villanova, discípulo predilecto y amigo de Aramendía, el matrimonio trabó amistad con D. Basilio Paraíso, que más tarde fue presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza y destacado miembro del movimiento regeneracionista de final de siglo. Cuando Dª. Juana, viuda, volvió a Zaragoza vivió en la calle Ponzano, en un piso propiedad de Paraíso hasta que terminó la construcción de la casa del Paseo de Sagasta.

Basilio Paraíso Lasús (Laluenga, Huesca 1849, Madrid 1930)14, fue político, economista y empresario. Cursó estudios en el Instituto de Huesca, y de Medicina y Derecho en Zaragoza, y fue accionista fundador de la sociedad editorial del Heraldo de Aragón. Comenzó trabajando como escribano en los juzgados de Zaragoza. En 1876, asociado a Tomás Colandrea puso en marcha la fábrica de espejos “La Veneciana”, que tuvo un gran éxito y contó con sucursales en Madrid y Sevilla. Una de las nietas de Félix Aramendía conserva un valioso espejo, regalo de Basilio Paraíso a Dª. Juana Palacio.

Paraíso redactó junto con Joaquín Costa, figura señera del regeneracionismo, un programa de reivindicaciones al gobierno, presentado en una reunión de las Cámaras de Comercio de España, tras lo cual nació Unión Nacional, partido del que fue uno de sus dirigentes junto con Costa y Santiago Alba. Se proponían un sistema representativo sincero por medio de una serie de acciones: descentralización económica y administrativa de municipios y diputaciones, incompatibilidades y reducción de cargos sujetos al turno político, oposiciones de funcionarios, mejoras para la clase obrera como las de otros países, supresión del Ministerio de Ultramar y creación del de Agricultura, reorganización de la enseñanza y gratuidad efectiva de la primaria, repoblación de montes, servicio militar obligatorio sin redención ni recompensas de guerra, y reordenación y profesionalización del poder judicial.

Basilio Paraíso fue senador vitalicio, presidente honorario de las Cámaras de Comercio españolas y Presidente de la Exposición Hispano-Francesa celebrada en Zaragoza en 1908, con motivo del Centenario de los Sitios, por cuya función el Ayuntamiento de la ciudad le declaró hijo adoptivo.

LOS HIJOS DE JUANA PALACIO Y FÉLIX ARAMENDÍA

El matrimonio Aramendía y Palacio tuvo tres hijos Julián (18871947), Jerónimo (1888-1947) y María Dolores (1890-1979). Julián y Jerónimo estudiaron la carrera de Derecho en Zaragoza, doctorándose el primero el año 1908 en la Universidad Central con una tesis titulada “La infancia delincuente”.

Julián hizo oposiciones al cuerpo de la Administración Civil del Estado y desempeñó varios cargos en la oficina de patentes y marcas. Durante sus estudios estuvo becado en Bélgica, lo que le permitió hacer más llevaderas las penurias de la guerra civil, que pasó en Madrid, pues sus amigos belgas le enviaban paquetes, aunque no siempre llegaban, con víveres y artículos de primera necesidad. Jerónimo fue un prestigioso abogado y procurador de los tribunales en Zaragoza.

Ambos hermanos siguieron las inquietudes sociales del padre, pues fueron también destacados miembros, tanto del Ateneo como de la Academia de San Luis de la capital aragonesa. Julián pronunció una conferencia sobre socialismo y comunismo el 21 de enero de 1904 en la Academia de San Luis15. Otras conferencias de Julián fueron sobre “Consideraciones acerca de la organización gremial” (28 de enero de 1905) y “Estudios de la pena según la escuela positivista” (11 de noviembre de 1905). Jerónimo Aramendía disertó sobre los impuestos (3 de febrero de 1906) y “La herencia en la criminalidad” (1 de febrero de 1908), conferencia que, sin duda, estaba relacionada con su tesis doctoral que leyó ese mismo año. Los dos hermanos participaron en varias veladas literarias y musicales de la Academia, donde en muchas ocasiones coincidían con el discípulo y amigo de su padre, Royo Villanova16.

CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD

Ya señalamos páginas atrás que Félix Aramendía empezó su discurso de doctorado diciendo:

“Siempre los grandes cambios, las trascendentales transformaciones, van acompañadas de interesantes preludios, de importantísimos momentos.

Yo, que voy a experimentar uno de los cambios más grandes de mi vida, de alumno a profesor, no podría menos de sujetarme a la regla
general y pasar también por el supremo instante; por el crítico momento. En el me encuentro, y por eso en mi ánimo se deja sentir una gran inquietud, una zozobra angustiosa, una opresión asfixiante”.

Dejando a un lado lo que hoy consideraríamos excesos retóricos, pero que eran propios de la época y de la circunstancia en la que se encontraba, la lectura de la tesis doctoral, está claro que el joven médico de 20 años quería ser catedrático y consideraba ese momento como crucial en ese camino. Estudiando la trayectoria profesional de Aramendía puede verse con claridad que al joven médico navarro lo que le gustaba era la clínica médica y que se puso como meta llegar a ser catedrático de la especialidad en San Carlos, que era la cumbre profesional y académica de la época. Para llegar a esa posición había que ingresar en el cuerpo de catedráticos y luego ir ascendiendo hasta llegar a la facultad de la Universidad Central. En aquella época se ingresaba como catedrático de una disciplina y luego, por sucesivos concursos, se cambiaba a otra diferente hasta alcanzar la meta propuesta. Ese fue el camino que se trazó Aramendía: comenzar a adquirir experiencia como profesor de una Facultad, opositar a cátedras; y luego por nuevos concursos, llegar a la cátedra de Clínica Médica en la Universidad Central. Se puso a trabajar para ello y el año siguiente opositaba para ser Profesor Clínico en Zaragoza.

PROFESOR AYUDANTE EN ZARAGOZA

En 1878 Félix Aramendía firmó las oposiciones para ser Profesor Clínico de la Facultad de Medicina de Zaragoza. Se presentaron 18 opositores a unos exámenes que tuvieron lugar entre el 25 de octubre al 10 de diciembre de ese año. Aramendía actuó los días 9, 10 y 12 de noviembre y fue propuesto por unanimidad del tribunal en el segundo lugar de la primera terna. Obtuvo dos votos ante el tribunal y cinco ante el claustro para el primer lugar de la primera terna y “por el especial mérito contraído en estas oposiciones, que tan notables resultan en la sección de Medicina, pesaroso el Claustro, según consta en actas, de no tener plaza de Profesor Clínico con que premiarle, acordó por unanimidad nombrarle Ayudante Interino de Clases Prácticas, como lo verificó en Enero de 1879”17.

Es decir, que el opositor se quedó en puertas de obtener una plaza de Profesor Clínico, pero algo debió ver el claustro de la Facultad de Zaragoza en aquel joven doctor cuando le ofreció ser Ayudante Interino de Clases Prácticas. Lejos de abandonar la carrera docente por ese primer tropiezo, se entregó con entusiasmo a la vida de la Facultad y además de esas funciones fue Auxiliar provisional y sin retribución en varias ocasiones. Así, por nombramiento del Rector, del 24 de mayo de 1879 y hasta el 10 de enero de 1880 sustituyó las ausencias y enfermedades de los catedráticos numerarios de Fisiología, Obstetricia y Patología General, además de desempeñar diariamente la Cátedra de Terapéutica.

La Facultad de Medicina de Zaragoza

La Facultad de Medicina de Zaragoza18 había dejado de funcionar en 1843 de acuerdo con el plan para modernizar los estudios de medicina en España, que limitó las Facultades a las de Madrid y Barcelona. En el momento del cierre se hallaban matriculados algo más de 200 estudiantes de medicina. Esta suspensión duró hasta 1876, cuando se restableció la enseñanza de la medicina en Zaragoza con igual rango que las demás facultades. Para ello tuvo que recuperar la Universidad la Facultad de Filosofía con sus cuatro secciones, una de las cuales era la de Ciencias, requisito previo para la de Medicina.

Por lo tanto, cuando Aramendía opositaba para ser profesor clínico, la facultad llevaba dos años escasos como institución oficial. Para entonces hacía ya un decenio que venía impartiéndose enseñanza reconocida de Medicina (1868) y muchos años más de “formación profesional” sin que pudieran otorgarse títulos. En la organización de esa formación parauniversitaria estaban involucrados la Universidad, el Ayuntamiento, la Diputación Provincial, la Sociedad de Amigos del País, el Hospital Nuestra Señora de Gracia y la Academia de Medicina y Cirugía. La clausura de los estudios de medicina en Zaragoza se acompañó de la consolidación de su Universidad como cabeza de distrito de Zaragoza, Huesca, Teruel, Navarra, Logroño y Soria.

La Escuela de Medicina de Zaragoza estaba financiada por la Diputación Provincial. El Hospital Nuestra Señora de Gracia, renovado tras su destrucción en los Sitios, destinó sus salas a Clínicas Universitarias o salas de enseñanza regular de los estudios de licenciatura. Los profesores eran los profesionales de la beneficencia y médicos de la ciudad, dirigidos desde la Academia de medicina y cirugía, continuadora funcional del colegio de médicos.

El cuadro de profesores estaba formado por Genaro Casas, Nicolás Montells, Pedro Cerrada, José Redondo, Eduardo Fornés, Manuel Daína, Antonio Escartín, Isidro Valero, Pascual Comín, Justo Ramón (padre de Santiago Ramón y Cajal), Jacinto Corralé, Gaspar López, Ildefonso Ferrer y Manuel Fornés.

En 1876 la enseñanza se hizo oficial al incorporar la Escuela como Facultad de Medicina a los Presupuestos Generales del Estado y a la jurisdicción ministerial. Los estudios se organizaron a partir de entonces con arreglo a los planes nacionales.

La universidad estaba ubicada en la plaza de la Magdalena y aunque las instalaciones se habían renovado con sus cátedras y gabinetes de física, química y de historia natural, resultó pronto insuficiente y anticuada para la organización de los estudios médicos. Según Fatás19 las enseñanzas de Medicina y Ciencias ocupaban locales totalmente inadecuados. Magdalena, el arquitecto encargado del proyecto de un nuevo edificio para las dos facultades, describe así los locales de Medicina: “Medicina llenaba un minúsculo pabellón de una sola altura en el hospital provincial. Y Ciencias un pequeño espacio en el casón de la Magdalena”.

LAS OPOSICIONES A CÁTEDRAS

Había transcurrido solo un año cuando el 8 de marzo de 1880 se publicó la convocatoria de oposiciones para la Cátedra de Anatomía de la Universidad de Granada. El 18 de ese mismo mes Félix Aramendía solicitaba participar en las pruebas. A la instancia se acompañaban los certificados de los servicios prestados hasta el momento, su expediente académico y el programa de la asignatura, que por desgracia no ha podido localizarse. El joven médico buscaba, en la primera ocasión que se presentaba, medir su saber con los de otros opositores y consolidar su posición en la universidad.

El desarrollo de las oposiciones

La evolución del sistema de selección del profesorado universitario en nuestro país ha sido estudiado por los hermanos Mariano y José Luis Peset20. Hasta la época de Carlos III las cátedras se habían provisto por varios sistemas: incluso entre ellos por votación de los estudiantes, por derecho de presentación de nobles y por designación de órdenes religiosas. Más tarde intervino el Consejo de Castilla decidiendo sobre las propuestas que le presentaban las universidades.

A partir de entonces la oposición, cuyos jueces eran catedráticos, daba comienzo por la fijación de edictos. Los publicaba el rector con la antelación debida para que los aspirantes pudiesen presentar los méritos de su carrera universitaria. Constaba de dos ejercicios:

Primero los admitidos eran encuadrados por un rigurosos sistema de trincas. Los doctores por orden de antigüedad, luego los licenciados y luego los bachilleres. No se mezclaban salvo que las trincas quedasen cortas.

Cada opositor encerrado preparaba la exposición de una hora, luego le argüían los compañeros de tripleta e incluso cualquier otro opositor.

Acabado el primer ejercicio se pasaba al segundo, que consistía en preguntas hechas por cada miembro del tribunal a cada opositor sobre materias de su disciplina y facultad.

Terminadas las pruebas, los jueces informaban al rector, quien remitía al Consejo una relación sobre el curso de los ejercicios y parecer de los examinadores. Al poco tiempo se recibía la confirmación del consejo de Castilla, quién decidía en último término el resultado.

El método tradicional evolucionó poco, pero las escasas modificaciones tendieron a aumentar el dominio del monarca y de sus consejeros más inmediatos. En 1824 el rey elegía al Rector a propuesta del Consejo Real, entre los tres miembros propuestos por el claustro general. Después de celebrados los ejercicios, el Rector remitía al consejo los informes del tribunal, acompañados del suyo, y por separado el informe sobre la conducta y opiniones políticas de los opositores. El Consejo decidía oyendo antes al Tribunal de Censura.

El Plan Pidal introdujo la idea de un escalafón igualador que debía prestigiar las universidades. Los catedráticos en propiedad y algunos interinos pasaron a formar parte de ese escalafón y la oposición se celebraba en Madrid. Para el acceso a cátedras se formaban las trincas por sorteo y a continuación comenzaban los ejercicios que constaban de:

Un discurso sobre un tema de la asignatura disputada al que hacen objeciones los coopositores durante una hora. Si no hay contrincantes objeta el tribunal.

El segundo ejercicio era una lección tal como debería darse a los alumnos, que se elegía de tres sacados a suerte.

El tercero eran preguntas sueltas sacadas a suerte de las materias de la asignatura.

En este caso había un fuerte control desde el poder central que era quien daba el nombramiento. Los jueces del concurso eran siete nombrados por el gobierno, indistintamente entre catedráticos y personas de graduación académica con reputación en la ciencia que era la materia de la plaza vacante. Los presidía un vocal del consejo de instrucción pública designado por el gobierno.

En 1864 el primer ejercicio era un discurso que se presentaba en el momento de firmar la oposición sobre un tema igual para todos, se leía en el primer ejercicio y aguantaba las críticas de los coopositores; el segundo ejercicio era una lección tal y como se hubiera dado a los alumnos entre tres temas sacados a suerte, y por fin en el tercer ejercicio se contestaba a una o más preguntas de un temario aprobado por el tribunal. En algunas materias se llevaba a cabo un examen práctico.

La oposición de Félix Aramendía

Tenemos noticia de la oposición que ganó Félix Aramendía por la amargura que produjo en uno de sus contrincantes, nada menos que D. Santiago Ramón y Cajal, quien resultó rechazado. En las memorias del Premio Nobel ha quedado constancia de su impresión sobre el desarrollo de los exámenes.

Refiere Cajal que cuando se encontraba preparando la oposición, un amigo le aconsejó que no se presentara a las pruebas, pues el “tribunal que acaba de nombrarse ha sido forjado expresamente para hacer catedrático a Aramendía, por cuyos talentos el doctor Calleja, el inevitable arreglador de jurados médicos, siente gran admiración”. Cajal refiere entonces su sorpresa, “¡Pero si Aramendía se ha preparado siempre para oposiciones a Patología médica y jamás se ocupó de Anatomía!”21.

Los hagiógrafos de Cajal, apoyados en esa frase, se han empeñado en afirmar que Aramendía era alguien protegido y sin méritos para ganar una cátedra, que además no era de su disciplina. Sin embargo, debe recordarse que en aquella época el ingreso por oposición en el cuerpo de catedráticos no siempre coincidía con la materia que interesaba al candidato, quien en la primera ocasión que se presentaba cambiaba de disciplina sin nueva oposición. Por otra parte, la “protección” de que gozaba Aramendía era más que dudosa, pues ya se ha visto que se había quedado en puertas de ser profesor clínico en Zaragoza. Aramendía era, no lo olvidemos, un joven médico, doctor, pero hijo de una familia campesina de Marcilla. El padre de Cajal era médico y relacionado con los profesores de Zaragoza, aunque el hijo se había enfrentado con el catedrático de anatomía de esa facultad, Salustiano Fernández de la Vega, que había ganado la oposición anterior, a la que también se había presentado Cajal22.

Objetivamente, en aquellos momentos, Aramendía tenía mayores méritos que Cajal, cuya carrera científica posterior está fuera de toda discusión. Aramendía había estudiado con brillantez la Licenciatura en San Carlos, mientras que Cajal lo había hecho en Zaragoza, no pudiendo lucir calificaciones porque le había tocado estudiar en los años en que éstas no existían. Según López Piñero23 la escuela de Zaragoza estaba a escasa altura desde todos los puntos de vista. Sobresalía entre sus profesores Genaro Casas, clínico de renombre, que era amigo del padre de Cajal, y Nicolás Montells, encargado de la patología quirúrgica. Fueron los únicos de los profesores que tuvo Cajal que consiguieron superar las oposiciones a cátedra tras la transformación de la Escuela en facultad. Los medios materiales de la Facultad aragonesa eran muy limitados, por ejemplo no había laboratorio de fisiología, ni clínica de obstetricia. La Facultad de San Carlos, en cambio, era la mejor dotada de España y ya se ha visto que, desde todos los puntos de vista, su profesorado se encontraba en la cima de su carrera científica y académica.

Cuando llegó el momento del doctorado, cuyos cursos Cajal preparó por libre, Aramendía obtuvo notable en las tres asignaturas y tras la lectura de su discurso, se graduó con sobresaliente. Cajal consiguió un notable en Histología y un tribunal, en el que coincidían dos miembros del que juzgó a Aramendía (Julián Calleja y Carlos Quijano) calificó con un aprobado su discurso de doctorado24.

Cajal después de las oposiciones de 1878, hace autocrítica de su preparación en educación intelectual y social, tal y como refiere en sus memorias. “Perjudicome, en efecto, sobremanera mi ignorancia de las formas de la cortesía al uso en los torneos académicos; me deslució una emotividad exagerada, achacable sin duda a mi nativa timidez, pero sobre todo a la falta de costumbre de hablar ante públicos selectos y exigentes; hízome en fin fracasar la llaneza y sencillez del estilo y hasta, a lo que yo pienso, la única de mis buenas cualidades: la total ausencia de pedantismo y solemnidad expositiva. Entre aquellos jóvenes almibarados, educados en el retoricismo clásico de nuestros Ateneos, mi franqueza de pensamiento y sencillez de expresión sonaba a rusticidad y bajeza”25. Aunque hubiera mejorado dos años después, parece claro que su actuación ante el tribunal y discutiendo los argumentos de sus oponentes, no sería muy brillante. En 1885 Cajal, que ya era catedrático en Valencia, dio una conferencia en Zaragoza, organizada por la Diputación Provincial, en la que presentaba su opinión sobre la vacunación contra el cólera de Ferrán. En la reseña del acto un periodista que le dedicó encendidos elogios tanto a su persona como a la conferencia misma, afirmaba sin embargo que su oratoria “no es brillante”26.

Para valorar correctamente el párrafo de Cajal, debe tenerse en cuenta, además, que la retórica y la oratoria eran disciplinas muy importantes en la época. No hay más que recordar que los diputados en las Cortes de la Restauración eran capaces de improvisar brillantes discursos, y que siempre hablaban sin papeles. Ninguna de las situaciones es frecuente en los Parlamentos de hoy. Por otra parte, como ya se ha indicado, Aramendía era un excelente orador y debatía con soltura, cualidad muy útil en las trincas.

En las páginas siguientes de sus memorias, Cajal también dedica frases elogiosas a Aramendía, frases que los hagiógrafos de Cajal suelen ignorar: Refiriéndose a la influencia de Calleja dice: “En descargo del aludido personaje (Calleja), debo, sin embargo, declarar que Aramendía había sido un brillante discípulo suyo, que adornaban a éste prendas relevantes de carácter y talento…”. También es cierto que más adelante Cajal se refiere con desdén al apoyo que, según él, recibió Aramendía de Fernández de la Vega durante la oposición. Sin embargo, quien años más tarde ganaría el Premio Nobel dedica más frases elogiosas a Aramendía: “Con todo lo que no quiero expresar que el candidato preferido fuera un mal catedrático. El dictador de San Carlos no solía poner sus ojos en tontos. Dejo consignado ya que Aramendía era un joven de mucho despejo y aplicación y que si se lo hubiera propuesto de veras, habría llegado a ser un excelente maestro de Anatomía. En aquella contienda faltáronle preparación teórica suficiente y vocación por el escalpelo. Así, en cuanto se le proporcionó ocasión, trasladóse a una cátedra de Patología médica de Zaragoza, donde resultó, según era de presumir, un buen maestro de Clínica médica. Más adelante, con el aplauso de muchos –incluyendo el mío muy sincero– ascendió, por concurso a una cátedra de Patología médica de San Carlos”27. Tendiendo en cuenta las circunstancias, estos comentarios dedicados a la persona que ganó aquella oposición, no pueden interpretarse sino como grandes elogios.

Que Julián Calleja no ponía los ojos en tontos, lo demuestra el hecho de que presidió el tribunal de las oposiciones en las que Cajal ganó la cátedra de Histología de Madrid y que siendo Decano de San Carlos, favoreció y dotó de medios los trabajos de Cajal en esa Facultad. Cuando Calleja publicó su compendio de anatomía, incluyó datos o colaboraciones de algunos morfólogos españoles, entre los que destaca Federico Olóriz, que como hemos señalado, se encargó de redactar la anatomía comparada y la embriología. Otro de los colaboradores fue Cajal28.

El propio Ramón y Cajal admite en Calleja29 “cualidades intelectuales y morales nada comunes” y reconoce el apoyo que recibió del Decano de San Carlos: “Yo debo agradecerle la construcción y organización del Laboratorio de Micrografía, uno de los mejores y, por descontado, el más capaz e importante de San Carlos”… “Requerido por mí, don Julián tomó sobre sí la reforma, gestionándola con extraordinario interés. Y haciendo gala de su maravillosa actividad, consiguió en pocos meses la consignación en presupuesto de los créditos necesarios y la ejecución de la obra”… “Ignoro si el venerable don Julián, actuando en funciones de cacique universitario, pecó en algo, conforme dieron en decir muchos censores; pero a todos nos consta que amó cosas tan santas como la ciencia y la enseñanza, y que a causa de pasión tan hermosa debemos perdonárselo todo”.

Aramendía también le dedicó a Cajal un comentario, cuando los dos eran ya catedráticos en San Carlos, en su libro de Clínica Médica. En el capítulo de la clorosis aparece la siguiente frase: “Habéis visto en la Clínica completados nuestros juicios diagnósticos por el examen histólogico de la sangre, llevado a cabo en el laboratorio de nuestra Facultad por el eminente histólogo Dr. Ramón y Cajal, a quien desde aquí enviamos la expresión de nuestro agradecimiento”30.

Parece, por lo tanto, que ambos catedráticos no estuvieron enfrentados a pesar de haber sido contrincantes en las oposiciones para la cátedra de Granada y que los comentarios de Cajal sobre aquellos ejercicios pueden encuadrarse en lo que ocurre en esas contiendas académicas, que bien puede explicarse utilizando sus propias palabras, aunque en esta ocasión referidas a las oposiciones para la cátedra de Madrid31:

“Yo deploré mucho haber debido recurrir, para llegar a la Universidad Central, ideal de todo catedrático de provincias, a la pugna, cruel y enconada siempre de la oposición. Por cultas y corteses que sean las armas esgrimidas en semejantes lides, dejan siempre en pos rencillas y resquemores lamentables, enfrían amistades cimentadas a veces en afinidades de gustos y tendencias, e impiden colaboraciones que podrían ser provechosas para la ciencia nacional”.

Nadie que gana una oposición reconoce que estaba apoyado por uno u otro miembro del tribunal que le juzga. Todos afirman haber ganado por méritos propios. Todos los que salen derrotados de estas contiendas afirman haber sido injustamente juzgados. Ninguno reconoce sus fallos ni sus errores. Objetivamente, Aramendía presentaba mejor expediente que Cajal, era más brillante en su oratoria y había tenido los mejores maestros, también de anatomía, que había en aquel momento. No puede decirse que su origen y posición social, estamos en la Restauración, le favorecieran. No había tenido éxito en la oposición anterior a la que se había presentado en Zaragoza, pero lejos de enfrentarse con los examinadores, estos le premiaron con un puesto de profesor ayudante.

D. Santiago Ramón y Cajal no necesita de ningún comentario para recordar su carrera científica, ni aduladores que recuerden sus méritos; pero atribuir el éxito de Aramendía exclusivamente al apoyo de Julián Calleja es un exceso y una injusticia.

Los catedráticos de universidad de la Ley Moyano

La Ley Moyano dedica los artículos 219 al 241 a los catedráticos de Facultad. Para alcanzar esa condición se precisaba tener el título de doctor y superar las pruebas correspondientes. Los catedráticos eran numerarios y supernumerarios, que sustituían a los numerarios en ausencias, enfermedades y vacantes. De cada tres plazas vacantes de catedráticos numerarios dos se proveían entre supernumerarios, mediante concurso, y una por oposición. Las cátedras de la Universidad Central se proveían alternando una por oposición y otra por concurso, al que podían optar tanto los supernumerarios como los catedráticos de número de otros distritos. La escala general de los catedráticos de universidad constaba de treinta catedráticos a 18.000 reales, sesenta a 16.000 y ciento veinte a 14.000, el resto a 12.000.

Los catedráticos de Facultad se constituían en tres categorías: de entrada, de ascenso y de término. La de entrada la formaban las tres sextas partes de los catedráticos, la de ascenso las dos sextas partes y la de término la sexta parte restante. Para ascender a las categorías de ascenso y término se tenían presentes los méritos y servicios de los catedráticos. Los trabajos y publicaciones tenían que ser evaluados previamente por el Consejo de Instrucción Pública. Se precisaban cinco años de antigüedad para ascender de categoría.

La categoría de ascenso aumentaba en 4.000 reales el sueldo de antigüedad y la de término en 8.000. Los catedráticos de la Facultad de Madrid disfrutaban de 4.000 reales más sobre el sueldo que por su categoría les correspondía.

Catedrático de Anatomía

En 1880 se nombró Catedrático de Anatomía descriptiva y general de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, a Félix Aramendía. Todavía no había cumplido los 24 años de edad. El título de catedrático le fue expedido el 16 de agosto por el Ministro de Fomento y tomó posesión de su plaza el día 21 de ese mismo mes. El sueldo que le correspondía era de 3.000 ptas. al año. Los 12.000 reales de 1857, seguían siendo los mismos, aunque ya convertidos en pesetas, en 1880; aunque en enero de 1882 ascendió al número 342 del escalafón de catedráticos y le subieron el sueldo a 3.500 ptas. anuales. Los derechos del título de catedrático ascendían a 267 ptas., que le fueron descontadas hasta completar esa cantidad a razón de la cuarta parte de su haber mensual de catedrático recién nombrado, que ascendía a 250 ptas.

Poco tiempo estuvo Aramendía en Granada. El 19 de octubre de 1880 solicitó la Cátedra de Anatomía de Zaragoza, que se había anunciado a concurso. Se incorporó a Zaragoza en enero de 1881, ciudad en la que permanecería 10 años y donde se integraría plenamente en la vida académica, cultural e incluso política. En Zaragoza contraería matrimonio y nacerían sus hijos, y ya solo se trasladaría a Madrid como catedrático de Clínica Médica.

Recién llegado Aramendía a la Facultad de Zaragoza como flamante catedrático, el Decano expuso al claustro de la Facultad la imposibilidad de atender el servicio de las clases por hallarse ausentes o enfermos varios catedráticos y auxiliares. Félix Aramendía, a quien suponemos lleno de entusiasmo por su reciente cátedra y por el traslado a Zaragoza, se “ofreció espontáneamente y sin remuneración de ningún género a desempeñar además de su Cátedra cualquier otra que el Sr. Decano le designase”32. Por ese motivo durante varios meses se encargó además de la cátedra de Anatomía de la de Terapéutica.

No es de extrañar que la Facultad de Zaragoza tuviera penuria de medios. El presupuesto de la Universidad de Zaragoza ese año era de

170.952 ptas. y la de Medicina era una facultad reciente que tendría que competir con las otras más asentadas. El número de catedráticos numerarios en España era de 415 y a Zaragoza solo correspondían 35. La universidad Central disponía de un presupuesto de 862.480 ptas., que era un tercio del total asignado a las universidades españolas33.

Durante los primeros años en la Facultad de Zaragoza ejerció ya plenamente sus funciones como catedrático, y así fue vocal del tribunal de oposiciones para la Cátedra de Patología Médica de Zaragoza en 1882. Se da la circunstancia de que unos años más tarde él mismo concursaría a esa cátedra. También fue miembro de varios tribunales de oposiciones de la facultad, como el constituido para cubrir el puesto de director de los museos anatómicos, y el de alumnos internos pensionados y no pensionados. En marzo de 1884, alcanzó la categoría honorífica de ascenso en la Facultad de Medicina, cubriendo la vacante por fallecimiento de D. Francisco Medina. Este ascenso honorífico le costó 130 ptas. en papel de pagos al estado, más dos de sellos para el título profesional.

Catedrático de Patología especial médica

El 18 de agosto de 1885, en plena epidemia de cólera, se anunció en la Gaceta Oficial el concurso para la provisión de la Cátedra de Patología Médica vacante en la Universidad de Zaragoza. Aramendía solicitó participar en la convocatoria. Genaro Casas, Decano de la Facultad, informó su petición diciendo que:

“Don Félix Aramendía y Bolea, Catedrático numerario de Anatomía descriptiva y general de esta Facultad, ha desempeñado con ilustración y celo dignos de todo encomio, no sólo la cátedra de su especialidad sino cuantas comisiones se le han encomendado por este Decanato, ofreciéndose siempre espontáneamente a prestar todo género de servicios extraordinarios, según se acredita por el expediente que se acompaña.

La excelente conducta de este profesor dentro y fuera del claustro, sus buenos servicios en el profesorado y relevantes dotes acreditadas en toda clase de corporaciones y trabajos científicos, patentizan sus recomendables condiciones para el profesorado público”34.

Aunque se pueda considerar que informar favorablemente la solicitud de un compañero de claustro sea casi obligado, no parece que el informe sea el habitual. Sobre todo si se tiene en cuenta que al documento se acompaña la Hoja de Servicios de Aramendía, que refrenda con datos la opinión del Decano.

En mayo de 1886 se resolvió el concurso y se nombró Catedrático de Patología Especial Médica a Félix Aramendía quien llegaba a la madurez como profesor universitario, meses más tarde cumpliría 30 años de edad, y se incorporaba a la enseñanza de las materias clínicas, como era su deseo desde que se inició en la docencia. Prueba de ello es que, siendo catedrático de anatomía había escrito y publicado en 1884 su primer libro, “Estudios Fundamentales de Patología Médica”, que el Consejo de Instrucción Pública había declarado “de mérito” para los ascensos de su autor en la carrera de catedrático. Para poder ostentar su nueva condición de Catedrático de Patología Médica, tuvo que pagar de nuevo 130 ptas. de derechos del título, que le fueron descontados de sus haberes mensuales.

En septiembre de 1886, recién incorporado a la cátedra de Patología Médica, se publicó un nuevo plan de estudios de medicina que trajo como novedades la creación de las cátedras de Histología, asignatura que se estudiaba en el primer año; así como la de Enfermedades de la infancia con su clínica, que se daba en cuarto. La Patología Médica continuaba en cuarto curso y era imprescindible aprobarla para poder matricularse de la asignatura de Clínica Médica35.

En marzo de 1888 Aramendía ascendió al número 280 del escalafón, por fallecimiento de D. Manuel Planellas y Giralt, lo que supuso un aumento de sueldo, que alcanzó la cifra de 4.000 ptas. anuales. Treinta y un años después de publicada la Ley Moyano, se mantenía no solo el sistema retributivo, sino el importe de los salarios del profesorado.

En junio del año 1888 Félix Aramendía fue nombrado Secretario de la Facultad de Medicina de Zaragoza, lo que se gratificaba con 250 ptas. anuales. Había sido Vicesecretario de la institución académica desde 1886.

El edificio de las Facultades de Medicina y Ciencias de Zaragoza

Como ya se ha indicado antes, las Facultades de Medicina y Ciencias ocupaban espacios minúsculos en la Universidad de la Magdalena y en el Hospital Provincial. Por ello, en 1886 se aprobó el proyecto de creación de un nuevo edificio que compartirán la Facultad de Medicina y la de Ciencias, asunto al que Aramendía dedicaría muchas horas de trabajo. La iniciativa del nuevo edificio correspondió oficialmente a su maestro Julián Calleja, que entonces era Senador por la Universidad de Zaragoza. La primera piedra de las obras, que fue tomada de la antigua Universidad, se puso el 21 de marzo de 188736. Además de los periódicos del día y objetos de costumbre, en el acta que se enterró, entre las firmas de las personalidades que asistieron al acto, se encontraba la de D. Félix, que había dedicado mucho tiempo y esfuerzos a promover el edificio y colaborar en la planificación de la nueva Facultad.

Para el control de la ejecución del proyecto fue constituida una Junta de Obras, con representación académica y administrativa, para que siguiese de cerca “lo que hizo de verdad”37, la marcha de los trabajos. La junta, presidida por Pedro Lucas Gallego, alcalde de Zaragoza, la formaron Fernández de la Vega, Bruno Solano, Casajús y Gil, que eran los Decanos de las cuatro facultades existentes. También formaban parte de la comisión el concejal y profesor Hilarión Fernández Vizarra, el diputado provincial Aguirre; Desiderio de la Escosura, de la Sociedad Aragonesa de Amigos del País, el arquitecto Álvarez Capra, responsable de la inspección facultativa, y Félix Aramendía como secretario.

Fatás38, en su estudio sobre el edificio Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, atribuye esfuerzos especiales en la consecución del edificio a tres personas: Joaquín Gimeno, Félix Cerrada y Salustiano Fernández de la Vega.

Joaquín Gimeno Fernández Vizarra, como ya se ha indicado antes, se doctoró en medicina el mismo año que Aramendía. Cursó la Licenciatura en Zaragoza, donde llegó a catedrático en 1879, y tuvo como compañero de curso a Cajal. Fue político, concejal y periodista, republicano del partido de Castelar, y fundador del diario zaragozano “La Derecha”. Aramendía y Gimeno fueron grandes amigos, como lo confirma el mismo catedrático de Marcilla en un artículo de “La Clínica” a propósito de una intervención de Gimeno en el Ateneo39. También se confirma esa amistad en la necrológica que publicó “La Derecha” con motivo del fallecimiento de Aramendía40.

Félix Cerrada Martín (1857-1928), hijo de aragoneses, nació en Hernani (Guipúzcoa), donde ejercía la medicina su padre, Pedro Cerrada, después profesor en la Facultad de Zaragoza. Licenciado en la Facultad de Medicina de Zaragoza en 1878, se doctora el año siguiente en Madrid. En 1882 se incorporó como ayudante al claustro de la Facultad. Catedrático de Histología y Anatomía Descriptiva en 1883, lo fue de Patología General en 1889 a la muerte de Joaquín Gimeno. Fue Decano de la Facultad, Rector, Senador del reino y alcalde de Zaragoza, militando en el partido liberal del Conde de Romanones. Cerrada hizo una interesante intervención en la Academia de Medicina de Zaragoza cuando Aramendía presentó el informe de la comisión que se había desplazado a Valencia. También escribió una de las críticas, muy favorable, al libro de Aramendía y participaba activamente en los debates de la Sección de Ciencias Naturales del Ateneo, que presidía Aramendía41.

Salustiano Fernández de la Vega, era natural de Reinosa. Fue compañero de curso de Aramendía y se doctoraron al mismo tiempo. Tuvo como mentor a Julián Calleja, que era su tío político. En 1878 ganó la cátedra de Anatomía de Zaragoza. En 1892 fue gobernador civil de Oviedo y en 1895 catedrático de la Universidad Central. Durante los años que pasó en Zaragoza fue el Director de la Revista “La Clínica” donde Aramendía colaboraba. La colección de esta publicación que se custodia en la Hemeroteca de la Facultad de Medicina de Zaragoza lleva una anotación que dice “Donación Dr. Vega”.

Félix Aramendía, que era el Secretario, tanto de la Facultad como de la Junta de Obras, tuvo una estrecha relación con Gimeno, Cerrada y Fernández de la Vega, También Aramendía tenía como mentor a Calleja, artífice en Madrid de la asignación de presupuesto para el proyecto. Todos estos hechos confirman la información de la familia Aramendía acerca de su implicación, tanto en las gestiones para conseguir el edificio que hoy es un símbolo de la ciudad, como en su construcción.

El edificio de las Facultades de Medicina y Ciencias, magnífica obra de Ricardo Magdalena, es hoy el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza y está protegido legalmente como Monumento Nacional.

EL EJERCICIO PROFESIONAL

Poco se sabe de la actividad como médico de Félix Aramendía, excepto que alcanzó la cumbre de la profesión con su llegada a la cátedra de Clínica Médica en San Carlos y el ejercicio en la capital de España. La familia cuenta que la última vez que salió a la calle con vida fue, precisamente, para atender a un enfermo.

MÉDICO RURAL EN NAVARRA

Los datos con que contamos42 indican que comenzó su ejercicio profesional en Marcilla el verano de 1876, con la carrera recién acabada, cuando sustituyó al médico titular entre el 15 de julio y el 14 de septiembre. El año siguiente esa sustitución fue entre el 29 de julio y el 22 de septiembre. En 1878 ejerció en su localidad natal también durante el verano, entre el 29 de julio y el 30 de agosto; y en 1879 la sustitución fue del 11 de julio al 7 agosto. Durante 1878 además, suplió durante cuatro meses al médico titular de la villa de Funes, quien por enfermedad tuvo que ausentarse de la localidad.

Como puede observarse los comienzos de un médico de la época se parecían a los de ahora, al menos en el aspecto de sustituir a los compañeros más veteranos en sus ausencias. Durante el curso 1876-1877 Aramendía hizo el doctorado, por lo que continuó viviendo en Madrid, donde también asistió a los cursos teóricos y clínicos en el Instituto Oftálmico a cargo del Dr. Albitos y a las lecciones teórico prácticas del curso 1877-1878 en el mismo centro.

Durante esos años ayudó a los titulares de su Marcilla natal y alrededores, en casos médico legales, operaciones, casos urgentes o consultas que reclamaban su intervención. Tan satisfechos estuvieron sus paisanos con sus atenciones, que el Ayuntamiento de Marcilla, cuando el médico titular, D. Javier Yárnoz, dejó vacante la plaza, se la ofreció por unanimidad. Félix Aramendía declinó la oferta por estar más interesado en la carrera universitaria.

La medicina entonces era entendida como profesión “liberal”, es decir una relación libre entre médico y enfermo, guiada unas veces por el interés benéfico o científico (en la actividad hospitalaria), y en la mayoría de las ocasiones por una relación económica entre profesional y cliente. Los médicos rurales se instalaban a veces en las aldeas con el propósito de situarse antes de ir a la ciudad43. No parece que fue así en el caso de Aramendía, porque declinó la oferta del Ayuntamiento de Marcilla, que seguro que para un médico de 23 años, sin fortuna familiar, era muy tentadora.

MÉDICO EN ZARAGOZA Y MADRID

López Piñero44 clasifica los médicos de la época en el médico de aldea, el joven, el profesional medio, el célebre y el catedrático.

Según este autor, el médico joven, en edad y en saber, recién salido de las aulas o venido de la aldea, se encontraba con colegas o condiscípulos que le desanimaban diciendo que los tiempos eran malos. (“Los tiempos van malos” “somos tantos como enfermos” “has errado el camino”). Ese médico joven vivía en un cuarto tercero con una familia honrada y ocupaba su tiempo en darse a conocer e intentar adquirir relaciones. Su clientela estaba compuesta de cesantes, viudas, militares retirados y mujeres de vida airada.

El profesional medio, de unos 36 años, tenía su clientela en propietarios, comerciantes, artistas de todas clases y empleados activos. Sus réditos le proporcionaban el placer de alquilar un cabriolé de cuando en cuando, o un modesto simón los días de mucha agitación. Sin hora fija de consulta, por la mañana visitaba y asistía a hospitales y manicomios. Tenía que levantarse varias veces a la hora de comer, y tampoco estaba exento de que le molestaran durante la noche.

El catedrático de la Facultad a veces era llamado por sus discípulos a consulta. Pasaba visita en cabriolé y la clientela se componía de ministros, duques, condes, banqueros y contratistas. Por la tarde asistía a la sesión que celebraba la academia.

Ya catedrático en Zaragoza, Félix Aramendía, además de sus tareas como profesor y académico, tuvo una consulta en su domicilio, en el Paseo de la Independencia, que era una zona de residencia de las clases acomodadas de la ciudad. La revista “La Clínica”45 en 1884 da cuenta del acuerdo del gremio de Médicos-Cirujanos para la asignación de la cuota impositiva. En el primer grupo se encuentran Catedráticos de la Facultad de Medicina mucho mayores que Aramendía, como Genaro Casas, Nicolás Montells o Raimundo García Quintero. Todos ellos llevaban muchos años de ejercicio profesional, incluso antes de crearse la Facultad de Zaragoza. En la clase 4ª se encuentra Félix Aramendía, que entonces contaba con 28 años y hacía cuatro que había llegado a Zaragoza como catedrático. Podemos considerarlo entonces, según los tipos anteriores, como un catedrático joven, que se había instalado hacía poco tiempo y que apuntaba a ser uno de los médicos prestigiosos de la ciudad.

Cuando Aramendía se trasladó a Madrid, vivía en la calle Argensola 6, en el mismo edificio que Julián Calleja, donde también tenía su consulta. Para las visitas a domicilio utilizaba un coche de caballos, aunque no sabemos si era un cabriolé. Lo que sí sabe la familia es que tenía una importante clientela.

Visita al Hospital de Navarra

En 1885 el catedrático de 28 años fue llamado a consulta a Pamplona46, donde acudió al Hospital Provincial de Navarra. No se ha podido precisar cuál fue el motivo de esa consulta, que tuvo lugar cuando la epidemia de cólera ya se había presentado en Valencia pero todavía no había casos en Zaragoza y Navarra. En la ciudad donde había cursado el bachillerato y donde entonces estudiaba Baroja en el mismo Instituto, próximo al centro sanitario, departió con los médicos Jimeno Egúrbide, Revestido, Ubago, Lizarraga y Eduardo Martín. Se quedó muy grata-mente impresionado del centro sanitario, a pesar de que encontró en el edificio los “defectos que son inherentes a todo lo que se destina a fines distintos de aquel que fue motivo de su origen”. Después de elogiar a sus colegas, que, según Aramendía, consiguen que “se borren las imperfecciones del local y pueda el nosocomio, mostrarse como modelo entre los establecimientos de su género”, describe así al hospital:

“Un arsenal de instrumentos que sin ser numeroso resulta completo por el exquisito acierto que ha presidido su elección, figurando entre lo más moderno y útil para micrografía, electroterapia, antisepsis y preparaciones químico clínicas; grandes salas (porque no han podido hacerse pequeñas) en donde el olfato más sensible no encuentra nada que le moleste, gracias a sencillos aparatos que unifican la temperatura y renuevan el aire; un menaje que casi recrea la vista, con el brillante encerado de los suelos (de madera en el centro con blanca baldosa en los costados y parte inferior de las paredes), el aseo de las camas con sus jergones mecánicos y la limpieza de las ropas; el rostro de los enfermos, tan distinto del que muestran en la generalidad de los hospitales, gracias a una alimentación perfectamente estudiada, distinta en cada día de la semana; y por último el examen detenido de interesantes casos clínicos que patentizan el profundo estudio y cotidiana labor de aquellos profesores; obligan al más parco en elogios a tributar uno merecidísimo a los señores médicos del Hospital Civil de Pamplona y muy especialmente al Dr. Ubago director facultativo que, sin pensar en lo que ha hecho, se afana por completar lo que falta. Nosotros no dudamos que lo conseguirá, porque la constancia de su carácter, el prestigio de su nombre y lo justo de la demanda no podrán menos que encontrar legítimo apoyo en la Diputación Foral, obligada a no empañar las gloriosas tradiciones de tan hidalga provincia, a dar satisfacción al fervoroso sentimiento de la caridad que vive en sus hijos y a demostrar que hoy como ayer y como siempre merece la independencia administrativa que disfruta, independencia de noble estímulo, mas no de envidia.”

Además de los elogios que dedica, tanto al hospital como a sus colegas, llama la atención la última frase referida a la independencia administrativa de Navarra. Seis años más tarde Aramendía sería diputado provincial en una Zaragoza que no disfrutaba del régimen foral del Viejo Reino.

El hospital de Pamplona, que desde 1854 se denominaba Hospital Provincial de Navarra, estaba ubicado en el solar donde hoy se encuentra el Museo de Navarra. Del inmueble originario sólo se conserva la portada y la iglesia, ambas del siglo XVI.

La historia del Hospital de Navarra ha sido estudiada por Ramos47. La fundación del Hospital de Pamplona se prolongó durante años. Existe constancia de la existencia de un hospital general en 1525, en el barrio de la Rochapea, probablemente como localización provisional, porque el hospital se construyó con carácter definitivo en localización intramural cercana al Monasterio de Santiago. Entre 1545 y 1550 se construyeron las salas destinadas a los enfermos y la iglesia. La iglesia comenzó a edificarse en mayo de 1547 y se sufragó íntegramente con los fondos de Remiro de Goñi, Arcediano de la Tabla de la Catedral de Pamplona, quien, además de costearla, dio cuantiosas limosnas en vida para el conjunto de la obra, y a su muerte dejó gran parte de sus bienes al hospital general. La portada del edificio que daba paso al patio que separaba las dependencias del hospital de la iglesia, está fechada en 1556 y se costeó por el municipio.

El hospital se encontraba localizado en un lugar estratégico, aledaño al río y a una de las seis puertas de entrada a la ciudad. Tenía las características de un hospital del Renacimiento. Sus dependencias se distribuían en torno a un patio, formado por la fachada, dos alas del edificio hospitalario y la iglesia.

En el sótano del edificio hospitalario se encontraba la botica, con su rebotica y obrador. En la bajera, la cocina, dotada de pozo, fregadero y sus lugares adheridos, y la bodega, donde se almacenaba el vino en barricas. Sobre la bajera estaba el granero. Un corredor servía para poner a secar los colchones, jergones, mantas, camisas y otras ropas de los enfermos. Junto al corredor había un cuarto para la custodia de la ropa limpia, un cuarto inmediato a éste para los héticos y uno próximo a este último donde se depositaban los difuntos hasta el momento de ser llevados a enterrar.

Las salas de los enfermos se distribuían en los tres niveles superiores donde se accedía por tres escaleras. Existían salas para tísicos, héticos, convalecientes y dos cuartos pequeños para dementes, además de salas para el resto de enfermedades. Las salas eran distintas para militares y civiles, y la separación entre hombres y mujeres era absoluta. Los hermanos enfermeros o los mancebos de cirugía que quedaban al cuidado de los enfermos por la noche disponían de alcobas en las salas.

El Hospital de Navarra asistió a la transformación de la medicina de los siglos XIX y XX. En 1932 se trasladó a otro centro de la misma denominación ubicado en el Prado de Barañain, lugar donde hoy continúa.

COLABORACIÓN CON LAS AUTORIDADES EN MATERIA DE SALUD PÚBLICA

Además del ejercicio profesional en las Clínicas de la Facultad o en la consulta privada, como miembro de la Academia o como Profesor de la Facultad, Félix Aramendía colaboró en varias ocasiones con las autoridades en materias de salud pública. Se tiene constancia de algunos de esos trabajos48:

En 1885 formó parte de la comisión que constituyó la Junta Provincial de Sanidad para inspeccionar el matadero de Zaragoza y proponer las reformas que debían acometerse.

Fue vocal supernumerario de la Junta Provincial de Sanidad a partir de junio de 1889 y vocal de la Junta Municipal de Sanidad de Zaragoza a partir de septiembre de 1884.

Durante la epidemia de cólera de 1885 formó parte de la comisión científica que el Ayuntamiento de Zaragoza, la Academia de Medicina y el Ateneo enviaron a Valencia para estudiar la epidemia y los trabajos de Ferrán sobre la vacunación anticolérica. Esa comisión se constituyó después como permanente, para asesorar al Ayuntamiento, aún después de presentar sus conclusiones.

También durante la epidemia de cólera y ante la elevada mortalidad que se producía en Calatayud, se desplazó a esa localidad el Gobernador Civil, el Vicepresidente de la Comisión Provincial, Sancho y Gil, y el Diputado provincial, Sr. Marquina. Les acompañaron en esa visita los médicos Juan A. Iranzo, Gregorio Arboniés y Félix Aramendía49.

SECRETARIO DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA DE ZARAGOZA

La Historia de la Academia de Medicina de Zaragoza ha sido estudiada por Zubiri50. Se constituyó en 1831 y mantuvo sus primeros estatutos hasta 1886. Félix Aramendía solicitó su ingreso en la Academia nada más llegar a Zaragoza, y su solicitud fue aprobada en la sesión de 1 de mayo de 1881, porque entonces los Catedráticos eran miembros natos de la Institución. Ostentó la medalla y ocupó el sillón número 7, que antes que él ocuparon los académicos José Ignacio Causada y Manuel Fornés; y después Patricio Borobio, Mariano Muñoz, Mariano Alvira y Javier Samitier Azparren. Félix Aramendía fue el Secretario de la Institución durante los años 1884 a 1886.

La Academia tenía entre sus objetivos la propagación y mejora de las ciencias médicas y era un órgano consultivo de las autoridades. Nos han llegado las memorias que presentó Aramendía como secretario, correspondientes a los años 1882-83, 1884 y 1885. A través de ellas se puede conocer cuáles eran los asuntos que ocupaban el tiempo de los académicos51.

Los cursos se inauguraban con una conferencia de uno de los miembros de la Institución. El curso de 1884 se abrió con la intervención de Fernández de la Vega, titulada “La última aspiración de la teoría parasitaria”, el del año siguiente con el discurso de Cerrada “La tuberculosis es una enfermedad parasitaria” y el del año 1886 con la intervención de Raimundo García Quintero titulada “La lactancia mercenaria es mala por definición”.

La Academia prestaba asesoramiento a las autoridades judiciales y en las memorias de estos años se encuentran referencias a los dictámenes que emitía la institución, sobre todo a petición de juzgados situados en zonas rurales, como los de Belchite, Benabarre o Tafalla, donde suponemos que sería más difícil contar con peritos médicos. Otros informes que emitía la Academia se referían a concesión de condecoraciones, como la Cruz de epidemias, o a materias de salud pública, como en el caso de la epidemia de cólera cuando aconsejó sobre las disposiciones que debían adoptar las autoridades.

La elección de los directivos de la docta institución no debía estar exenta de polémica, pues en 1884, en que se eligieron por unanimidad, la memoria resalta la diferencia con lo ocurrido en años anteriores, en los que habían ocurrido “hondas perturbaciones tan perniciosas para la vida de la colectividad como para el cordial afecto que debe unir a sus administradores”.

Las memorias redactadas por Aramendía se lamentan de que las finanzas de la Academia padecían de penuria crónica. La subvención de 500 pesetas que recibía no cubría “los gastos del papel de actas” aunque los socios contribuían con “generosidad y celo”a su sostenimiento. La Academia era huésped del Ateneo porque no contaba con local propio, por lo que tampoco disponía de una secretaría, lo que dificultaba el archivo de documentos.